
Trinchera Cultural
"Campo de batalla" (poema de Hiedra de Tinta)

Bastante tiempo sin saber de Hiedra...
Pero sabemos que está ahí.
Nos ofrece este poema que habla de solidaridad, unión y fuerza, como impronta que nos define a las mujeres.
Campo de batalla
Veo disturbios atrincherados
en la curva de mi cintura,
fui invadida desde las afueras
de mi cuerpo y no soy la única.
El primer paso de su estrategia
fue inculcarme el pudor
hacia el combate,
que alzar la voz
fuera motivo de disparos
y como yerma defensa me dejaron
las cadenas.
Me adiestraron en el arte
de cuadrarse sensualmente
ante sus cánones y me vendieron
reclusión abanderada como
supuesta libertad.
Después la patrulla de su desprecio
fue mellando mi autoestima,
poco a poco desapareció
el escudo
y me quedé desarmada
en un campo de batalla ajeno,
nunca me pertenecieron sus amenazas.
¡Manténgase firmes, cadetes!
nos grita una voz con olor a cigarro,
sangre cancerosa se esparce
como una serpiente por sus tácticas,
hostigar ya no es suficiente,
quieren que nos alistemos en primera línea.
Que seamos soldados
explotando las murallas
de nuestro propio asedio,
que reclamemos la patria
para ellos y llevemos
rehenes a su casa.
Nos quieren divididas, maniatadas,
compitiendo por ser la diana
de sus bombas,
que contemos las bajas
en nuestro bando como triunfos,
que pisarnos las unas a las otras
sea signo de grandeza,
que nos quedemos solas
para no poder pedir ayuda
a la hora de sacarnos la metralla.
Nos quieren al mando
de nuestra propia destrucción
y que la única operación que dirijamos
en realidad sea la estética,
nos quieren descosidas y a pedazos
para que luchar sea impensable,
para que el motín no sobrepase el intento.
Por eso el fuerte de nuestro ataque
es la defensa, generar toda una escolta
de seguridades abiertas
y proteger el perímetro de nuestra esencia,
siempre de la mano, siempre juntas
y siempre atentas a diluir fronteras,
el rechazo no es nuestra guerra,
para algo hemos aprendido a ignorar los símbolos dogmáticos con los que nos han construido: el silbido temerario, la mano inquieta, la cremallera que desata esa sarta de atenciones desmedidas.
Para algo, hemos aprendido a ser invisibles, rápidas, discretas: nos habían enseñado a desaparecer.
Y sin embargo, aquí seguimos:
de fondo va sonando un coro de botas que se acerca, una milicia entera de barbillas levantadas: la revolución de la presencia.
Hiedra